"Carlos Antonio Álvarez Gómez no se anda con rodeos: tras cuatro años en una bóveda el cadáver se convierte en un caldo o en un cuero duro, resistente. El oficio de sepulturero —que ejerce en el corregimiento San Sebastián de Palmitas, ubicado a 29 kilómetros del centro de Medellín— no ofrece metáforas: la muerte es y no hay vuelta de hoja. En la parte superior de la reja de entrada al cementerio se lee la frase “Aquí reposan nuestros seres q eridos (así, sin la u)”.
Delgado, de piel tostada y cabello cenizo, abre el candado, permite el paso, se deshace del cigarrillo. A parte de él nadie tiene la llave, ni siquiera el sacerdote. Si alguien quiere visitar la tumba de un familiar, de un amigo de la infancia, del vecino, debe buscarlo en el parque o ir a la casa de la calle 137 número 193-191 a pedírsela prestada.
El cementerio no es grande, Carlos Antonio lo mide de un vistazo: 50 metros de frente por 25 de fondo. Las paredes están pintadas de amarillo con una gruesa franja gris en la base. El corredor principal desemboca en una pequeña capilla con una estatua blanca de Jesús Resucitado. En este camposanto los huesos no vuelven a la tierra: los guardan en bóvedas y, con el tiempo, en alguno de los 318 osarios. 48 muertos esperan aquí el Juicio Final o el olvido".
Tenemos el gusto de invitarlos a continuar disfrutando de este bello artículo publicado por Ángel Castaño Guzmán en el diario El Colombiano, a través del siguiente link:
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