"Asciende Bach hacia un cielo de tenue sol de invierno por entre las ramas oscilantes del pimentero que cubre la tumba de Jorge Guillén. El 'Peine del Viento' no es de hierro en el sur. Lánguidamente las mece la brisa marina, como los sollozos del violín de invierno, cerca de las cuatro tumbas de los pilotos británicos, caídos en combate en la bahía. Lápida desnuda con fecha de muerte de Irene. Juntos hasta la eternidad que se hunde en la profundidad del aire, que nunca penetrará en el cráter de Tindaya, como Chillida quería. Versos, rosas blancas y un cisne de Saint-Saëns. Conchas marinas cubren anónimas tumbas en el primigenio cementerio, como hace tres mil años en tiempos fenicios, junto a un esbelto mausoleo ornado con la Jarretera. Los marinos germanos de la Gneisenau, rememorados en el Puente de los Alemanes, yacen cerca del morro de levante en el que murieron. Tipografía gótica, junto a lapidaria romana. La tierra donde nadie es extraño. Donde se nace libre y se muere libre. Como una niña que se llamara Violeta y viviera un mes, como las violetas, cuya cruz vandalizó hace poco algún eslabón perdido. Hibiscos y margaritas. Catafalcos. Urnas funerarias cubiertas por un velo de mármol. Antorchas invertidas, que semejan columnas. Altos obeliscos entre los ficus. Un jarrón de hierro oxidado por la lluvia de antes y el sol de siempre asoma en medio de las buganvillas. El murmullo del leve surtidor de la fuente rompe el silencio de la mañana. Gatos de inspiración inglesa dormitan haraganes al sol entre la sombra de dos cruces".
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