"Sobre los túmulos que acogen los restos de refugiados e inmigrantes en el hermoso cementerio de Mytilene no faltan a menudo flores frescas, ni peluches o muñecos de trapo en las diminutas tumbas de los niños. Sobre la tierra reposan unas placas de mármol que en la mayoría de los casos sólo consagran su anonimato y un número de serie, el correspondiente a sus muestras de ADN, según el escrupuloso registro efectuado por el equipo forense del hospital local. Son tan asiduas estas muertes, que los vecinos de la ciudad, los que les llevan flores y juguetes, conviven con el drama de la inmigración desde hace muchos años, como atestiguan las lápidas más antiguas: “Afgano, desconocido, 2008”, “Desconocida y bebé varón, 2010”. Pero la eclosión de la crisis de los refugiados, en agosto, y sobre todo un par de naufragios masivos en otoño pasado acabaron de llenar definitivamente el camposanto.
“En 2013, en un mismo día, enterramos a 13 personas, todos sirios. Desde entonces el número de ahogados, además de los que mueren por otras causas en tierra, no ha hecho más que aumentar”, cuenta Xristos Mavrajilis, encargado desde 2010 del cementerio. “De todos los que hay aquí, algo más de un centenar, sólo se ha repatriado un cuerpo, a Irak, pero el resto no serán exhumados jamás porque nadie va a reclamar sus restos, de ahí también la falta de espacio”. Los túmulos, dispuestos oblicuamente con respecto a las tumbas cristianas, miran a la Meca —y un poco más acá, también al mar en que se ahogaron—, aunque a su lado también descansan los restos de unos cuantos migrantes cristianos. “La muerte nos iguala a todos porque es lo más sagrado; el que no respeta la muerte, no respeta nada”, concluye Mavrajilis".
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